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todo el día caminando por los muelles y las multitudinarias callejuelas de Londres
buscando italianos, fue a su casa y se encontró con que había olvidado acomodar el
fuego para que no se apagara. Le llevó mucho tiempo calentar agua, aunque en
realidad apenas la entibió, para bañarse y afeitarse, y después tuvo que ir caminando
al baile, porque todo el dinero que le había dado Charlotte lo había gastado
buscando información. Cuando subía la escalera de la casa de los Throckmorton,
sintió que le hacía ruido el estómago. Agradeció que los charlatanes hubieran
encontrado otro tema de conversación y que él fuera, nominalmente, respetable otra
vez.
El salón de baile estaba lleno, y no vio a Charlotte ni a Ware. Caminó entre los
invitados, buscó en la terraza y en el salón de juegos pero no tuvo suerte. Había
comprometido a todos sus amigos respetables para asegurarse de que estuviera bien
atendida y protegida de los rumores. Al final la encontró, espléndida, con un vestido
de seda color zafiro que le moldeaba el cuerpo. Acariciaba su abanico y le hablaba a
alguien con esa sonrisa tan misteriosa y seductora. Stuart tuvo ganas de caer de
rodillas, de lo hermosa que era.
 ¡Stuart Drake, por los astros del cielo, de vuelta en Londres!  Una mano
femenina lo tomó del brazo y Stuart sofocó una maldición. Emily, lady Burton, se
apretó contra él para dejarle lugar a alguien que pasaba a sus espaldas, pero después
permaneció acurrucada contra él. Él suspiró, fue retirando uno a uno los dedos que
le aferraban su manga y se los llevó a los labios.
 Buenas noches, Em.
Su ex amante sonrió.
 Vaya velada, ¡cuántos escándalos! Primero, Exeter; Susannah Willoughby tuvo
un ataque de nervios, después de que le dijo a todo el mundo que ella sería la
próxima duquesa de Exeter.
 Tal vez debería haber esperado que Exeter hiciera el anuncio  murmuró Stuart,
sin dejar de mirar a Charlotte. Esa manera de jugar con el abanico era demasiado
insinuante. Debería prohibírsele a esa mujer sujetar las cosas de esa manera.
 Que le propusiera matrimonio era tan improbable como que le ofreciera
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Caroline Linden Pasión Secreta
adoptarla. Yo pensaba que iba a ser el último solterón de Londres  volvió a tomarlo
del brazo , exceptuándote a ti, tal vez.
 Como siempre, eres un manantial de información, Emily  volvió a quitarle la
mano. En un tiempo le habían resultado excitantes sus avances. ¡Qué estúpido había
sido!
 Ah, pero no te enteraste de la noticia más interesante  susurró ella. Demasiado
tarde, él reconoció el brillo maligno de sus ojos.
Triunfo y deseo. Dios santo. No quería retomar la relación con ella. De hecho,
ansiaba alejarse de ella lo antes posible.
 Tal vez en otro momento. Estoy retrasado, debo encontrarme alguien.
 Pero déjame contarte  insistió Emily, tirándole del brazo cuando él intentó
alejarse .Te juro que te va a interesar. La condesa italiana que has estado
acompañando es en realidad Charlotte Tratter, hija de sir Henry Tratter. ¿No te
acuerdas del viejo malhumorado, tan amigo de tu padre? Bien, puede que no te
acuerdes, hace muchos años de eso, cuando tú tenías otros intereses.  Le dirigió una
mirada ardiente, que Stuart ignoró. Ella había conseguido toda su atención . Bien, el
caso es que la hija se comportó de manera tan escandalosa, que el padre la envió lejos
para evitar la humillación.
 ¿Cómo lo sabes?  ¿Habían repudiado a Charlotte por esa desgracia? Stuart
había supuesto que su naturaleza apasionada la había llevado a irse por voluntad
propia. Claro que, haciendo un sencillo cálculo, comprobó que era demasiado joven
cuando se embarcó hacia Europa. ¿La habían enviado o se había fugado?
 Porque el señor HydeJones la reconoció. ¿Dónde está él? Ah, ahí.  Levantó la
mano y un caballero muy elegante atravesó el salón hacia ellos. Tenía el aire de un
ángel caído, un hombre que había sido hermoso y que estaba perdiendo su belleza, y
el cabello. Le dio un beso en la mano a Emily, con una sonrisa santurrona . Jeremy,
¿conoces al señor Drake? Stuart, querido, el señor HydeJones conocía a tu condesa
cuando ella no era más que la señorita Tratter. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?
 Sí.  Stuart conocía a Jeremy HydeJones de vista, aunque le sorprendió verlo
allí; no lo recibían casi en ningún lado. Se había casado no con una sino con dos
herederas, pero ninguna de las dos había sobrevivido más que unos pocos años.
Stuart hurgó en su memoria y recordó los rumores sobre las dos señoras de
HydeJones. Una había muerto luego de una sospechosa caída por las escaleras, y él
se volvió a casar enseguida, deshonrando su memoria. La segunda se había roto el
cuello en un accidente en un carruaje, el año anterior. Su esposo conducía, pero salió
ileso. Desde entonces, sólo era recibido en algunos lugares. Qué ironía que fuera
gracias a la enorme fortuna heredada de ellas.
Pero ese hombre había conocido a Charlotte de joven. La curiosidad venció al
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desagrado, y le hizo una inclinación de cabeza.
 Señor HydeJones.
 Buenas noches, señor Drake  sonrió condescendiente . Espero que no le haya
sorprendido enterarse de que su italiana es, después de todo, inglesa.
 No. Lo supe desde el primer momento. ¿Usted la conoció de jovencita?  Tal
vez HydeJones había sido amigo del padre, o del hermano. Parecía demasiado viejo
para haber sido amigo de ella.
 Sí  respondió divertido, dirigiéndole una mirada a Emily, que seguía colgada
del brazo de Stuart . La conocí.
 ¡Jeremy, eres increíble!  rió Emily . ¿Qué haría un hombre como tú con una
muchacha como esa? ¡Era una niña!
 Te aseguro  dijo él, con la misma extraña sonrisa , que no era ninguna niña. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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