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algunos casos realizaban sugerencias personales para asegurarse de que se cumplían
las normas. Cada uno de ellos llevaba una cruz roja sobre el fondo blanco fijada a su
cinturón, como justificación de su oficio.
Chorros de aire caliente en el corredor de salida lo secaron rápidamente y por
completo.
- No se mueva. - Wingate obedeció, el enfermero que había hablado frotó la parte
superior del brazo de Wingate con un algodón que daba una sensación de frío al tacto,
luego hizo un rasguño en su piel con un pequeño estilete -. Listo. Adelante. - Wingate se
situó en la cola de la siguiente mesa. La experiencia fue repetida en el otro brazo. Cuando
llegó al otro lado de la habitación, la parte superior de sus brazos estaba cubierta de
rojizos rasguños, más de veinte.
- ¿Eso es todo? - preguntó a un auxiliar sanitario al final de la fila, que contó el número
de rasguños y comprobó su nombre en una lista.
- Pruebas de piel... para comprobar su resistencia e inmunidades.
- ¿Resistencia a qué?
- A todo. Tanto las enfermedades terrestres como las venusianas. En Venus la mayoría
son fungoides. Siga adelante, está bloqueando la fila.
Se enteró de más cosas después. Necesitó dos o tres semanas para reacondicionar su
naturaleza terrestre a las condiciones de Venus. Hasta que ese reacondicionamiento fue
completo y quedó establecida su inmunidad a los nuevos azares de otro planeta, era
literalmente la muerte para un terrestre el exponer su piel y particularmente sus
membranas mucosas a los devoradores parásitos invisibles de la superficie de Venus.
La incesante lucha de la vida por la vida que es la característica dominante de la vida
en todas partes actúa con especial intensidad, bajo condiciones de alto metabolismo, en
las húmedas junglas de Venus. El bacteriófago general que tan rápidamente eliminó las
enfermedades causadas por los microorganismos patógenos de la Tierra fue capaz de
una sutil modificación que lo volvió potente contra las análogas aunque distintas
enfermedades de Venus. Los hongos voraces fueron otro asunto.
Imaginen la peor enfermedad de la piel de tipo fungoide que hayan encontrado nunca:
gusano anular, comezón dhobie, pie de atleta, raíz china, comezón del agua salada,
urticaria. Añadan a eso su concepción de humus, de humedad podrida, de costra, de seta
venenosa cayéndose en podredumbre. Luego concíbanlo todo acelerado en su proceso,
arrastrándose visiblemente mientras lo están contemplando... imagínenlo atacando sus
globos oculares, sus sobacos, los suaves tejidos húmedos del interior de su boca,
haciendo su trabajo en sus pulmones.
La primera expedición a Venus se perdió enteramente. La segunda llevaba un médico
con la suficiente imaginación como para proveerse de lo que parecía una cantidad
suficiente de ácido salicílico y salicilato de mercurio, de un pequeño radiador ultravioleta.
Tres de ellos regresaron.
Pero una colonización permanente depende de la adaptación al medio, no del
aislamiento de él. Luna City puede citarse como un caso que refuta esta proposición, pero
es así tan sólo superficialmente. Aunque es cierto que los «lunáticos» dependen
absolutamente de su burbuja de aire herméticamente sellada del tamaño de su ciudad,
Luna City no es una colonia autosuficiente; es un puesto de avanzada, útil como estación
minera, como observatorio, como parada de avituallamiento más allá de la porción más
densa del campo gravitatorio de la Tierra.
Venus es una colonia. Los colonizadores respiran el aire de Venus, comen su comida y
exponen sus pieles a su clima y a sus peligros naturales. Sólo las frías regiones polares
- equivalentes aproximadamente en condiciones climáticas a la jungla amazónica en un
día caluroso de la estación de las lluvias - son soportables a los terrestres, pero deben
chapotear descalzos por el pantanoso suelo en un auténtico equilibrio ecológico.
Wingate comió la comida que le ofrecían - abundante pero vulgarmente servida y de
mala calidad, excepto el agridulce melón de Venus, una porción del cual como la que le
daban hubiera alcanzado en un restaurante de gourmets de Chicago un precio
equivalente al presupuesto alimentario de una semana para una familia de clase media -,
y localizó el lugar que le habían asignado para dormir. Luego intentó localizar a Sam
Houston Jones. No consiguió hallar el menor signo de él entre el resto de la mano de
obra, ni a nadie que recordara haberlo visto. Uno de los miembros del personal
permanente de la estación de acondicionamiento le aconsejó que preguntara al jefe de
personal. Así lo hizo, en la sumisa manera que había aprendido que era conveniente
dirigirse siempre a los funcionarios subalternos.
- Vuelva por la mañana. Las listas estarán expuestas.
- Gracias, señor. Lamento haberle molestado, pero no puedo encontrarle, y temía que
estuviera enfermo o algo así. ¿Puede decirme usted si está en la lista de enfermos?
- Oh, bueno... espere un minuto. - El hombre recorrió sus listas con el dedo -.
Hummm... ¿ha dicho usted que estaba en la Estrella Vespertina?
- Sí, señor.
- Bien, pues no está... Hummm, no... Oh, sí, aquí está. No desembarcó aquí.
- ¿Qué dice?
- Siguió con la Estrella Vespertina hacia Nueva Auckland, en el polo sur. Se alistó como
ayudante maquinista. Si me lo hubiera dicho usted lo hubiéramos encontrado en seguida.
Todos los operarios metalúrgicos fueron enviados a trabajar en la Nueva Estación de
Energía del Sur.
Tras un momento, Wingate consiguió recuperarse lo suficiente para murmurar:
- Gracias por la molestia.
- Está bien. No importa. - El hombre le dio la espalda.
¡La colonia del Polo Sur!, murmuró para sí mismo. Su único amigo en la colonia del
Polo Sur, a dieciocho mil kilómetros de allí. Wingate se sintió solo, solo y atrapado,
abandonado. Durante el corto intervalo entre su despertar a bordo del transporte y el
encontrar a Jones también a bordo no había tenido tiempo de apreciar completamente su
situación, no había perdido su arrogancia de clase superior, la innata convicción de que
aquello no era serio... que tales cosas no le ocurren a la gente, no a la gente que uno
conoce.
Pero en todo aquel tiempo había sufrido tantos asaltos a su dignidad humana (el oficial
en jefe se había encargado de algunos de ellos) que ya no estaba seguro de su
inviolabilidad esencial contra todo tratamiento injusto o arbitrario. Y ahora, afeitado y
bañado sin su consentimiento, despojado de sus ropas y con sólo un asomo de pantalón
a modo de taparrabos, transportado a millones de kilómetros de su matriz social, sujeto a
las órdenes de personas indiferentes a sus sentimientos y que asumían un control legal
sobre su persona y acciones, ahora, más amargamente separado del único contacto
humano que podía darle fuerzas para soportar todo aquello, y valor y esperanza, se daba
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