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palabra. Cada uno tomamos nuestro camino y le puedo asegurar que no me siguió
nadie.
Mi curiosidad se excitó dolorosamente ante estas palabras. Hubo una pausa, pero
los pasos continuaban avanzando. Pronto pude distinguir a dos personas, mujeres
las dos, que se dirigían al sepulcro y por tanto, me volvían la espalda. Una de
ellas, a la moda campesina, llevaba cofia y mantón, y la otra, un largo abrigo de
viaje con la capucha sobre la cabeza. El borde de su vestido sobresalía un poco
por debajo del abrigo, y al ver su color experimenté un estremecimiento: era
blanco.
Momentos después, la pareja se detenía, y la mujer del abrigo se volvió a su
compañera, pero protegían sus facciones la sombra de su capucha.
 Procure no desabrigarse  dijo la misma voz que había hablado antes .
Además, la señora Todd tiene razón diciendo que estaba usted ayer demasiado
llamativa vestida de blanco. Mientras usted termina, yo me daré una vuelta por ahí.
Contrariamente a usted, no me gustan los cementerios. Termine pronto lo que
quiere hacer y vayámonos.
Dichas estas palabras, volvió sobre sus pasos y avanzó hacia mí. Parecía una
mujer de edad, morena, arrugada y fuerte. Su rostro no ofrecía la menor sospecha.
Cerca de la puerta de la iglesia, se detuvo un momento para componer los pliegues
de su mantón.
«Qué rara es  murmuró . Siempre con esas extrañas maneras y caprichos.
Desde que la conozco es así. Pero la pobre es tan inofensiva como un cordero».
La buena mujer suspiró. Miró luego al cementerio con desconfianza, movió la
cabeza con un movimiento de desaprobación y desapareció tras uno de los ángulos
de la iglesia.
Durante un momento dudé si debía seguirla o no, pero mí deseo de encontrarme
con la extraña desconocida pudo más, y no me moví. En cualquier momento, y a
su regreso al cementerio, podría pararla, si lo deseaba. Pero, de todos modos, no
sé por qué me pareció que no me podría facilitar los informes que quería. Ahora,
tampoco importaba mucho la identidad de la persona que había entregado la carta.
Lo importante era saber quién la había escrito. Esa era la única fuente de
información. Y la persona que lo había hecho era, indudablemente, la que se
encontraba ante mí en el cementerio.
Mientras se producían en mí todas estas ideas, vi a la mujer del abrigo acercarse al
sepulcro y detenerse para contemplarlo durante unos instantes. Miró luego en torno
suyo. De debajo del abrigo sacó un trapo blanco o un pañuelo y se dirigió a un
pequeño regato. Mojó la tela en el agua y de nuevo se dirigió a la tumba. Besó el
epitafio y se arrodilló para limpiar.
Pensé cuál sería el mejor modo de presentarme a ella, asustándola lo menos
posible, y decidí dar la vuelta a la iglesia y entrar en el cementerio de modo que
ella pudiera ya verme a alguna distancia. Pero tan atareada estaba en su ocupación,
que no me vió llegar hasta casi encontrarme a su lado. Me miró, entonces y se
puso de pie de un salto, quedando inmóvil y silenciosa como la estatua del miedo.
 Le ruego que no se asuste  le dije . Espero que me recordará usted todavía.
Si hasta aquel momento conservé alguna duda con respecto a su identidad, ahora
podía desecharla. Junto al sepulcro de la señora Fairlie me contemplaban los
mismos ojos que vieron por primera vez los míos en plena noche y en una carretera
cercana a Londres.
 ¿No se acuerda usted de mí?  le pregunté No hace mucho nos hemos
encontrado, y yo la acompañé a regresar a Londres. Por lo menos esto no lo habrá
olvidado, ¿verdad?
Sus rasgos perdieron algo de su rigidez y exhaló un suspiro de alivio. Observé
entonces que una expresión de gratitud intentaba borrar la pálida rigidez que el
terror había sembrado en su rostro.
 No me hable usted ahora  le dije . Tranquilícese y convénzase de que le
habla un amigo.
 Es usted muy bueno para mí. Tanto, como lo fué la vez primera que nos
encontramos  murmuró.
Calló y los dos guardamos silencio. Además de querer darle tiempo para coordinar
a sus ideas, yo también necesitaba ordenar las mías.
A la débil luz del crepúsculo de otoño aquella misteriosa mujer y yo volvíamos a
encontrarnos al lado de una sepultura, en pleno cementerio y rodeados por
solitarias montañas.
La hora, el lugar y las circunstancias en que los dos volvíamos a encontrarnos
frente a frente en aquel siniestro valle, la impresión de que todo, el porvenir de
Laura Fairlie dependería tal vez de nuestra conversación, según lograra yo obtener
o no la confianza de aquella desventurada criatura, que ahora se apoyaba
temblorosa en la tumba de su madre, todo ello contribuía a alejar de mí la fortaleza
y clarividencia que tanto necesitaba en aquellos instantes. Aproveché, pues, esta
tregua para ordenar y reunir todas mis facultades.
 ¿Está usted más serena?  pregunté, cuando creí oportuno reanudar nuestra
conversación . ¿Puede usted hablar conmigo sin temor ni olvidar que soy amigo
suyo?
 ¿Cómo está usted aquí?  me preguntó, sin contestarme.
 ¿Recuerda que le dije que iría a Cumberland al día siguiente? Desde entonces
estoy aquí. Vivo en la casa señorial de los Fairlie.
 ¡En Limmeridge!  Se animó su pálido rostro y sus inquietos ojos demostraron [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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