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queda a los dulces actos sobrehumanos,
que, de limpios, de honestos y de sanos,
su fama al cielo levantado toca.
Colgadas del menor de sus cabellos
mil almas lleva, y a sus plantas tiene
amor rendidas una y otra flecha.
Ciega y alumbra con sus soles bellos,
su imperio amor por ellos le mantiene,
y aún más grandezas de su ser sospecha.
¡Por Dios dijo el que leyó el soneto , que tiene donaire el poeta que le escribió!
No es poeta, señor, sino un paje muy galán y muy hombre de bien dijo Preciosa.
(Mirad lo que habéis dicho, Preciosa, y lo que vais a decir; que ésas no son alabanzas del paje,
sino lanzas que traspasan el corazón de Andrés, que las escucha. ¿Queréislo ver, niña? Pues
volved los ojos y veréisle desmayado encima de la silla, con un trasudor de muerte; no penséis,
doncella, que os ama tan de burlas Andrés que no le hieran y sobresalten el menor de vuestros
descuidos. Llegaos a él en hora buena, y decilde algunas palabras al oído, que vayan derechas al
corazón y le vuelvan de su desmayo. ¡No, sino andaos a traer sonetos cada día en vuestra alaban-
za, y veréis cuál os le ponen!)
Todo esto pasó así como se ha dicho: que Andrés, en oyendo el soneto, mil celosas imaginaciones
le sobresaltaron. No se desmayó, pero perdió la color de manera que, viéndole su padre, le dijo:
¿Qué tienes, don Juan, que parece que te vas a desmayar, según se te ha mudado el color?
Espérense dijo a esta sazón Preciosa : déjenmele decir unas ciertas palabras al oído, y verán
como no se desmaya.
Y, llegándose a él, le dijo, casi sin mover los labios:
¡Gentil ánimo para gitano! ¿Cómo podréis, Andrés, sufrir el tormento de toca, pues no podéis
llevar el de un papel?
Y, haciéndole media docena de cruces sobre el corazón, se apartó dél; y entonces Andrés respiró
un poco, y dio a entender que las palabras de Preciosa le habían aprovechado.
Finalmente, el doblón de dos caras se le dieron a Preciosa, y ella dijo a sus compañeras que le
trocaría y repartiría con ellas hidalgamente. El padre de Andrés le dijo que le dejase por escrito las
palabras que había dicho a don Juan, que las quería saber en todo caso. Ella dijo que las diría de
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muy buena gana, y que entendiesen que, aunque parecían cosa de burla, tenían gracia especial
para preservar el mal del corazón y los vaguidos de cabeza, y que las palabras eran:
''Cabecita, cabecita,
tente en ti, no te resbales,
y apareja dos puntales
de la paciencia bendita.
Solicita
la bonita
confiancita;
no te inclines
a pensamientos ruines;
verás cosas
que toquen en milagrosas,
Dios delante
y San Cristóbal gigante''.
Con la mitad destas palabras que le digan, y con seis cruces que le hagan sobre el corazón a la
persona que tuviere vaguidos de cabeza dijo Preciosa , quedará como una manzana.
Cuando la gitana vieja oyó el ensalmo y el embuste, quedó pasmada; y más lo quedó Andrés , que
vio que todo era invención de su agudo ingenio. Quedáronse con el soneto, porque no quiso pedir-
le Preciosa, por no dar otro tártago a Andrés; que ya sabía ella, sin ser enseñada, lo que era dar
sustos y martelos, y sobresaltos celosos a los rendidos amantes.
Despidiéronse las gitanas, y, al irse, dijo Preciosa a don Juan:
Mire, señor, cualquiera día desta semana es próspero para partidas, y ninguno es aciago; apresu-
re el irse lo más presto que pudiere, que le aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa, si quiere
acomodarse a ella.
No es tan libre la del soldado, a mi parecer respondió don Juan , que no tenga más de sujeción
que de libertad; pero, con todo esto, haré como viere.
Más veréis de lo que pensáis respondió Preciosa , y Dios os lleve y traiga con bien, como vues-
tra buena presencia merece.
Con estas últimas palabras quedó contento Andrés, y las gitanas se fueron contentísimas.
Trocaron el doblón, repartiéronle entre todas igualmente, aunque la vieja guardiana llevaba siem-
pre parte y media de lo que se juntaba, así por la mayoridad, como por ser ella el aguja por quien
se guiaban en el maremagno de sus bailes, donaires, y aun de sus embustes.
Llegóse, en fin, el día que Andrés Caballero se apareció una mañana en el primer lugar de su apa-
recimiento, sobre una mula de alquiler, sin criado alguno. Halló en él a Preciosa y a su abuela, de
las cuales conocido, le recibieron con mucho gusto. Él les dijo que le guiasen al rancho antes que
entrase el día y con él se descubriesen las señas que llevaba, si acaso le buscasen. Ellas, que,
como advertidas, vinieron solas, dieron la vuelta, y de allí a poco rato llegaron a sus barracas.
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