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comercio; supo por un marino que en una isla del Pacífico habían sacado
una vez una caja llena de plata, que suponían sería de un barco que
había salido del Perú para Filipinas. Mi tío logró saber el punto fijo en
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Pío Baroja
donde había naufragado el barco, e inmediatamente dejó su empleo y se
fue a Filipinas. Fletó un barquito, llegó al punto señalado, un peñón del
archipiélago de Magallanes, sondaron en distintas partes y no llegaron a
sacar, después de grandes trabajos, más que unas cuantas cajas rotas,
en donde no quedaban huellas de nada. Cuando los víveres se acabaron
tuvieron que volver, y mi tío llegó sin un cuarto a Manila, y se metió de
empleado en una casa de comercio. Al año de esto, un yanqui le propuso
buscar el tesoro juntos, y mi tío aceptó, con la condición de que partirían
entre los dos las ganancias. En este segundo viaje sacaron dos cajas
pesadísimas y grandes: una, llena de lingotes de plata; la otra, con onzas
mejicanas. El yanqui y mi tío se repartieron el dinero, y a cada uno le
tocó más de cien mil duros; pero mi tío, que era terco, volvió al lugar del
naufragio, y entonces ya debió de encontrar el tesoro, porque llegó a
Inglaterra con una fortuna colosal. Hoy, los Hasting, que viven en
Inglaterra, siguen siendo millonarios. ¿No te acuerdas de Fanny, la que
vino a la taberna de las injurias con nosotros?
-Sí.
-Pues es de los Hasting ricos de Inglaterra.
-¿Y usted por qué no les pide algún dinero? -preguntó Manuel.
-No, nunca, aunque me muriera de hambre, y eso que ellos se han
prestado muchas veces a favorecerme. Antes de venir a Madrid estuve
viajando por casi todas partes del mundo en un yate del hermano de
Fanny.
-¿Y esa fortuna que usted piensa encontrar está también en alguna
isla? -dijo Manuel.
-Me parece que eres de los que no tienen fe -contestó Roberto-. Antes
de que cantara el gallo me negarías tres veces.
-No; yo no conozco sus asuntos; pero si usted me necesitara a mí, yo
le serviría con mucho gusto.
-Pero dudas de mi estrella, y haces mal; te figuras que estoy chiflado.
-No, no señor.
-¡Bah! Tú te crees que esa fortuna que yo tengo que heredar es una
filfa.
-Yo no sé.
-Pues no; la fortuna existe. ¿Tú te acuerdas una vez que hablaba con
don Telmo delante de ti de cómo había estado en casa de un
encuadernador, y la conversación que tuve con él?
-Sí, señor; me acuerdo.
-Pues bien; aquella conversación fue para mí la base de las
indagaciones que he hecho después; no te contaré yo cómo he ido
recogiendo datos y más datos, poco a poco, porque esto te resultaría
pesado; te mostraré escuetamente la cuestión.
Al concluir esto, Roberto se levantó del banco en donde estaban
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La lucha por la vida I. La busca
sentados, y dijo a Manuel:
-Vamos de aquí. Aquel señor anda rondándonos; trata de oír nuestra
conversación.
Manuel se levantó, convencido de la chifladura de Roberto; pasaron
por delante del Ángel Caído, llegaron cerca del Observatorio
Meteorológico, y de allí salieron a unos cerrillos que están frente al
Pacífico y al barrio de doña Carlota.
-Aquí se puede hablar -murmuró Roberto-. Si viene alguno, avísame.
-No tenga usted cuidado -respondió Manuel.
-Pues como te decía, esa conversación fue la base de una fortuna que
pronto me pertenecerá; pero mira si será uno torpe y lo mal que se ven
las cosas cuando están al lado de uno. Hasta pasado lo menos un año
de la conversación no empecé yo a hacer gestiones. Las primeras las hice
hace dos años. Un día de Carnaval se me ocurrió la idea. Yo daba
lecciones de inglés y estudiaba en la Universidad; con el poco dinero que
ganaba tenía que enviar parte a mi madre, y parte me servía para vivir y
para las matrículas. Este día de Carnaval, un martes, lo recuerdo, no
tenía más que tres pesetas en el bolsillo; llevaba tanto tiempo trabajando
sin distraerme un momento, que dije: «Nada, hoy voy a hacer una
calaverada; me voy a disfrazar». Efectivamente, en la calle de San Marcos
alquilé un dominó y un antifaz por tres pesetas y me eché a la calle, sin
un céntimo en el bolsillo. Comencé a bajar hacia la Castellana, y al llegar
a la Cibeles me pregunté a mí mismo, extrañado: ¿Para qué habré hecho
yo la necedad de gastar el poco dinero que tenía en disfrazarme, cuando
no conozco a nadie?
»Quise volver, hacia arriba a abandonar mi disfraz; pero había tanta
gente, que tuve que seguir con la marea. No sé si te habrás fijado en lo
solo que se encuentra uno esos días de Carnaval entre las oleadas de la
multitud. Esa soledad entre la muchedumbre es mucho mayor que la
soledad en el bosque. Esto me hizo pensar en las mil torpezas que uno
comete: en la esterilidad de mi vida.  Me voy a consumir -me dije- en una
actividad de ratoncillo; voy a terminar en ser un profesor, una especie de
institutriz inglesa. No; eso nunca. Hay que buscar una ocasión y un fin
para emanciparse de esta existencia mezquina, y si no lanzarse a la vida
trágica . Pensé también en que era muy posible que la ocasión hubiese
pasado ante mí sin que yo supiese aprovecharme de ella, y de pronto
recordé la conversación con el encuadernador. Me decidí a enterarme,
hasta ver la cosa claramente, sin esperanza ninguna, sólo como una
gimnasia de la voluntad.  Se necesita más voluntad -me dije- para vencer
los detalles que aparecen a cada instante que no para hacer un gran
sacrificio o para tener un momento de abnegación. Los momentos
sublimes, los actos heroicos, son más bien actos de exaltación de la
inteligencia que de voluntad; yo me he sentido siempre capaz de hacer
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Pío Baroja
una gran cosa, de tomar una trinchera, de defender una barricada, de ir
al Polo Norte; pero ¿sería capaz de llevar a cabo una obra diaria, de
pequeñas molestias y de fastidios cotidianos? Sí, me dije a mí mismo, y
decidido me metí entre las máscaras y volví a Madrid mientras los demás
alborotaban.
-¿Y desde entonces trabajó usted?
-Desde entonces, con una constancia rabiosa. El encuadernador no
quería darme ningún dato; me instalé en la Casa de Canónigos, pedí el
libro de Turnos, y allí un día y otro estuve revisando listas y listas, hasta
que encontré la fecha del proceso; de aquí me fui a las Salesas, di con el
archivo, y un mes entero pasé allá en una guardilla abriendo legajos,
hasta que pude ver los autos. Luego tuve que sacar fes de bautismo,
buscar recomendaciones para un obispo, andar, correr, intrigar, ir de un [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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