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ornamento a los capiteles de un haz de columnas que formaban uno de los ngulos. No s en dónde
encontr una escalera que apoy en el muro para subir por ella y ver los detalles; el caso es que
sub, y cuando estaba ms abstrado en mi ocupación, como me estorbase para examinar a mi
gusto la mitra del abad una tela oscura y polvorienta que la envolva casi toda, extend la mano y la
arranqu, y de debajo de aquella cosa sin nombre, que era su habitación, salió la araa.
Una araa horrible, negra, velluda, con las patas cortas y el cuello abultado y glutinoso.
No s qu fue ms pronto, si salir el animalucho aquel de su escondrijo, o tirarme yo al suelo desde
lo alto de la escalera, con peligro de romperme un brazo, todo asustado, todo conmovido, como si
hubiese visto animarse uno de aquellos vestiglos de piedra que se enroscan entre las hojas de
trbol de la cornisa y abrir la boca para comerme crudo.
La pobre araa, y digo la pobre, porque ahora que la recuerdo me causa compasión, la pobre araa,
digo, andaba aturdida, corriendo de ac para all, por cima de aquellos graves personajes del
bajorrelieve, buscando un refugio. Yo, repuesto del susto y queriendo vengarme en ella de mi
debilidad, comenc a coger cantos de los que haba all cados, y tantos le arroj que al fin le acert
con uno.
Despus que hubo muerto la araa, dije: Bien muerta est! Para qu era tan fea?. Y recog mi
cartera de dibujo, guard mis lpices y me march tan satisfecho.
Todo esto es una majadera, yo lo conozco perfectamente; pero ello es que andando algn tiempo,
deca yo, apretndome la cabeza con las manos y como queriendo sujetar la razón que se me
escapaba: Por qu da vueltas esa mujer alrededor de m? Yo no soy una llama y, sin embargo,
puede abrasarse. Yo no la quiero matar y, a pesar de todo, puedo matarla. Y despus que hubo
pasado todava ms tiempo, pens y creo que pens bien: Si yo no hubiera muerto la mariposa, la
hubiera matado a ella.
En cuanto a la araa..., he aqu que comienzo a perder el hilo invisible de las misteriosas relaciones
de las cosas, y que al volver a la razón empieza a faltarme la extraa lógica del absurdo, que
tambin la tiene para m en ciertos momentos.
No obstante, antes de terminar dir una cosa que se me ha ocurrido muchas veces, recordando este
episodio de mi vida. Por qu han de ser tan feas las araas y bonitas las mariposas? Por qu nos
ha de remorder el llanto de unos ojos hermosos, mientras decimos de otros: Que lloren, que para
llorar se han hecho?
Cuando pienso en todas estas cosas, me dan ganas de creer en la metempsicosis.
Todo sera creer en una simpleza ms de las muchas que creo en este mundo.
El Contemporneo
28 de enero, 1863 [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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